Se remansa el aire atormentado
tras la tormenta;
se seca la hierba verde
dolida del sol espeso;
se marchitan las flores
bajo la rama del tiempo;
envejecen los ojos de amor
adormecidos en la boca;
se apagan los caprichos
como el acorde de una guitarra;
se producen los encuentros
que se agitan en despedidas;
se desvanecen, cual terrón de azúcar,
los laberintos nacidos del tiempo;
pasa el miedo, soledad del camino,
pesadilla de todas las muertes;
se siente el corazón oprimido,
cuna de todas las angustias;
despiertan y duermen en eterna sinfonía
las blancas estrellas del firmamento;
los niños, embelesados,
no acaban de decir adiós al canto de la vida;
nace el hombre, repican las campanas,
muere mientras tañen las campanas negros sones;
pregonan desoladas palabras
que, Dios, siendo, está muy lejos.
Pero, siempre, siempre,
como un beso en el crepúsculo,
permanecen vivas la Palabra y las palabras.